Esa voz que vuelve y que nadie podrá quebrar de ninguna forma disuelve los límites y es el encuentro con el otro, irrumpe en la vida, transformándola de tal modo que nunca más será la misma. Los hijos de las Madres vuelven en cada lucha, en cada escaramuza -todo el tiempo-. Cuando ellas lo deciden, un 30 de abril de 1977, se sienten unidas, son una sola; desde ese momento se igualan, porque han compartido experiencias. De pronto se dan cuenta, en la soledad y el dolor, que han tocado el hilo del tiempo y se han acercado al peligro, rompiendo los condicionamientos y en actitud de entrega.
Las Madres de Plaza de Mayo viven en la memoria de sus hijos, en sus sueños, preguntan con insistencia acerca no de un enigma, sino de circunstancias concretas, actos perversos y asesinos del Poder, que involucran a los militares, los políticos, los burócratas sindicales, los empresarios, los sacerdotes, en suma, a todos aquellos que pertenecen al espectro que sigue los mandatos del poder establecido.
Cuando ellas empiezan a juntarse y resuelven después colocar en sus cabezas el pañal de sus seres queridos, luego vuelto pañuelo, como señal de reconocimiento mutuo, lo hacen ya sabiendo que están atravesando la frontera, donde se aúnan. Por eso las identificaciones prosiguen y se funden en múltiples rostros, hermosos y jóvenes.
La primera escena que emerge es la de las Madres agarradas a las columnas y pronunciando la palabra "fuego" que desafía la represión. Están diciendo así, que no interesa para esta cadena humana el miedo a la muerte, porque el horror acaso ya fue consumado antes. Y entonces nos hallamos ante el desprendimiento de Madres que todo lo enfrentan.
Llega la época de las solicitadas y luego, de los terribles secuestros de compañeras. Azucena Villaflor, que había sido una de las Madres que con más ahínco y resolución encaró la tarea organizativa, también es secuestrada. Ella fue quien convirtió en la mano que señaló el inicio, la que mostró con su arrojo y su voz solidaria la unanimidad en la marcha.
Las Madres pasan de las primeras acciones casi espontáneas (ellas dicen que en ese momento no se daban cuenta enteramente del horror) a la lucha abierta, lo que quiere decir que este horror era impensable, se escondía con el propósito de irrumpir ferozmente otra vez, para anonadar, golpear en lo más íntimo, confundir, infiltrarse en la vida.
El horror no sabe que esas mujeres contenían dentro imágenes, fotos, ademanes, pasos, voces de sus hijos; no las hace indestructibles, pero sí indomables, y las entrega a un sino que ya no podrán detener.
El deambular por los lugares de detención, ese peregrinar, donde a pesar de la angustia se fortalecen, como si anduvieran de tal forma que, ante la indiferencia, el afán de tapar, la negativa displicente, el encubrimiento y las mentiras, se renovaran. Así, esas simples mujeres instalan un inédito sentido.
Su accionar es político, porque creen con pasión en lo que están haciendo. Sus cuerpos intervienen en los espacios, en la plaza, frente a la Catedral que les da la espalda, se reinventan, vuelven a nacer. ¿Qué son la valentía y el llamado coraje, sino el saber que lo frágil no se rompe, que no es posible engañar, que todo es posible?
El mundo comienza a conocerlas, porque manifiestan, rezan, se reúnen adueñándose y ocupando los sitios, la imaginación, con una terquedad que les viene de lo aprendido en la práctica. Se entrevistan con grandes personalidades, brindan conferencias de prensa y van creciendo a medida que de sus primeras inexperiencias (¿cómo se hace?) pueden llegar a integrarse con lo que pensaban previamente.
Porque se necesita una gran convicción para realizar cosas imprevisibles, que no estaban en el repertorio de lo común de sus vidas anteriores. Así crean un nuevo modo de relación, que con naturalidad instauran en el modo de ver y de actuar, en contradicción con un poder que busca aislarlas, pero que no lo consigue porque para ello habría que silenciarlas. ¿Y cómo se hace, si a ellas sólo les importan las cosas justas, ilusorias, intransigentes, purificadoras?
El 30 de abril de 1977 se fundan en la Plaza de Mayo. Será una fecha emblemática y que servirá de organismo organizativo. Posteriormente rechazan, retornan a la plaza, no hay golpes, ni perros, ni represión que puedan vencerlas; están allí porque se dan cuenta que el camino es largo y sólo depende su rumbo de intervenciones contundentes.
La consigna "Aparición con vida", del 5 de diciembre de 1980, no es ingenua. Parte de la idea de que nada puede intentarse si primero no se esclarece qué pasó con sus hijos. Las Madres piensan, bordan, reclaman, ordenan, limpian, no desfallecen a pesar de todo, ayunan, resisten, escriben poemas, se mantienen firmes. Ya en tiempos de la descongelada Multipartidaria advierten a los políticos, que al parecer estaban en otra cosa, que los 30000 desaparecidos habrían de ser sepultados si ellos persisten en la misma actitud de cobardía.
Luego vienen las elecciones y el nuevo presidente, primero seductor, se maneja por los resortes burocráticos del poder. Envía radiogramas inútiles, crea la CONADEP como un aparato para ganar tiempo, difunde una ideología de lo posible, acompañada por muchos, y frustra las esperanzas que se habían despertado. Infundido de furores gardeleanos, se va al Colón para no recibirlas. Y las Madres le toman la casa de gobierno. E insisten con las siluetas que inundan la plaza, con sus consignas imprudentes y se niegan insistentemente a exhumar cuerpos que, como preanuncio de lo que iba a venir, son mandados, como mensaje de muerte. Pero lo que ellas están cumpliendo es un cometido, que les viene de la confianza de sus propias entrañas y que no coincide con la política de lo posible.
Ellas rechazan, fundamentalmente, acabar la cuestión, como quieren los políticos: exhumación de cadáveres, reparación económica y homenajes póstumos. Claro, darle un cierre "razonable" al tema de los desaparecidos. Pero ellas dicen que no, que esta no es la manera, que lo único es proseguir, que la justicia tiene que llegar, que lo otro es un remedio que en verdad enmascara una sumisión que está dictada por una intención pusilánime.
Luego vienen las leyes de Obediencia Debida y Punto Final. Después, los infames indultos que ellas no acatan porque su lucha es contra el sistema, contra su sentido arbitrario y aberrante.
Su trabajo es para el futuro. No quieren olvido. Sus hijos están en el pueblo, en cada piquete, en cada manifestación. Ellos tienen su propio vínculo de complicidades. Las Madres son otro fervor, con un accionar distinto, una práctica compartida, con un aire de inconformidad y de desparpajo que desorienta y que no es vulnerable.
Talleres de escritura, seminarios, clases de transmisión, porque las vivencias de las Madres expresan una poética. Siempre ligadas con artistas, porque ellas poetizan su tarea, en una actitud que no es intencional, sino espontánea, cotidiana. Reinventan a sus hijos como militantes y entienden que no es cuestión de relatar el horror sólo como un testimonio del pasado. Ellas actualizan y ponen en situación los hechos reales, sin conceder ni retroceder nunca, como si cada día jugaran en limpio sus vidas. Ese riesgo las acerca a los íntimos deseos, que siempre están presentes en la imaginación activa.
Hay un margen de creatividad que las envuelve. En todo paso que dan muestran su presencia que no es soledad. Ellas están indefectiblemente acompañadas por los rostros amados. Eso las hace sentir insobornables. Es una desesperación de las Madres, que siempre encuentran motivos para volverse en un nuevo hecho.
Los dueños del Poder no tienen otra cosa que esconder sus actos. Los sacerdotes que encubrieron y encubren, los políticos que urden trampas. Entonces, para que se recuerden, las Madres realizan los Juicios Populares, éticos y políticos, de carácter público, en la Plaza de Mayo, donde se reafirma la criminalidad de los militares y la impunidad de sus hechos oprobiosos.
Ellas no desean un balance, prefieren la consecuencia de la lucha. Repelen listas infames y no quieren sentarse a la mesa del verdugo, porque saben que esos cuerpos quemados vuelven, asoman en cada movimiento, en silencio, pero perentoriamente, como diciendo "no nos hemos ido, estamos aquí para quedarnos".
La vida no tiene precio para ellas, en la lucha colectiva depositan sus ansias, quien está se une con sus hijos, así ellos son todos los chicos, todas las banderas, todos los presagios.
¿Cuál es la protección de las Madres, qué cobijan dentro de sí, qué las torna una fragilidad sin embargo difícil de destruir, por qué fruncen el seño pero no hablan? Ellas, tomadas de las manos, se entibian detrás de sus tosudas consignas. ¿Qué las aguarda cuando sólo rememoran en el silencio del barrio?
Los últimos años, cada vez más, la actividad de las Madres es intensísima. Desde aquella primera mítica visita de Hebe a la Cuba de Fidel Castro, quien se declara amigo fiel y compañero, coronando el amor de nuestro pueblo hacia la Revolución, hasta continuos viajes por el mundo llevando palabras de aliento. No hay sitio ni lugar de importancia que no encuentra la presencia de las Madres y su consuelo.
Denuncias, homenajes, conciertos de rock, acogida a los artistas, que siempre tienen su espacio en la Casa de las Madres. Esa Casa tantas veces saqueada, salvajemente robada, como muestra de la impunidad reinante.
No pueden con ellas: recomienzan otra vez, hacen pie, amparan, se rebelan, repudian. Los medios de difusión casi siempre tergiversan sus posiciones: no importa. Ellas no son una creación mediática, nacieron de sí. En un país inventado por los medios, ellas son la contraluz, el contrapoder.
La creación de la Universidad Popular de las Madres de Plaza de Mayo, tal vez clarifique sus intenciones: trabajar para estudiar, entender para crear y movilizar conciencia, romper el muro que separa a la gente. El 6 de abril de 2000 se inaugura ese centro de creatividad y de encuentro de Cultura. El objetivo es crear un ámbito donde nos conozcamos, un lugar popular, quiere decir un ambiente distinto, donde dialoguemos sobre saber, arte y poesía, estudio y cooperación. Porque de nada vale que se construya algo para algún tipo de elite, lo que las Madres eligen es que el saber y la cultura deben estar puestos al alcance de todos.
¿Ilusas, utópicas, las que ponen el cuerpo en la Plaza de Mayo y son pisoteadas por las caballerías de la policía, las que montan una calesita para los pibes, las que se aguantan el llanto cuando recuerdan, las que están allí y avanzan, con memoria, con su belleza de mujeres, con el alivio del rumor de la multitud? ¿Qué piensa esa mujer cuando llega la noche y todo se vuelve un paréntesis? ¿Piensa en la vida que falta y la que se fue, y cuáles son las tareas que la esperan a la mañana? Inquietas, las Madres marchan cada jueves, se reúnen todos los martes y el tiempo no les alcanza.
FUENTE: Jorge Quiroga, HISTORIA DE LAS MADRES DE PLAZA DE MAYO. PRÓLOGO. http://www.madres.org/