Conferencia preparada para la Asociación Cultural Belgraniana de Lomas de Zamora por el Dr. JavierGarin, autor del libro “RECUERDOS EL ALTO PERU-CRONICA DE LA CAMPAÑA LIBERTADORADE BELGRANO”.
1) Un prócer ocultado:
Agradezco la invitación que tan gentilmente me ha dirigido la ACB de Lomas de Zamora, y aprovecho para destacar el trabajo que esta entidad y otras similares realizan en todo el país para conservar vivo el recuerdo y difundir el pensamiento y la obra de Manuel Belgrano, sin duda uno de nuestros más grandes hombres, con frecuencia injustamente desvalorizado, retaceado en su significación histórica, y en ciertos períodos de la vida nacional completamente olvidado. Quizás muchos no sepan, por ejemplo, que al momento de su muerte y durante casi treinta años el nombre de Manuel Belgrano fue borrado, y sólo se conservó en el recuerdo de unos pocos que habían militado en su ejército y en las tradiciones de los pueblos del Norte argentino, que siempre, hasta el día de hoy, veneraron su memoria. La propia ciudad que lo vio nacer, Buenos Aires, la ciudad que pretendía, en las horas de triunfo, congratularse de este hijo ilustre que “hacía un ornamento al suelo en que nació”, ni siquiera supo durante un tiempo que Belgrano había fallecido.
Pero hay una distorsión de la memoria que es tan ingrata como el olvido. Es cuando a una figura histórica se la vacía de contenido, cuando se reduce y simplifica su accionar hasta hacerlo incomprensible, cuando se la desvaloriza. Ya Alberdi señalaba que algunos personajes, como Mitre y Sarmiento, se paraban sobre Belgrano “para recomendarse ellos”. En lugar de elevarse a las virtudes de Belgrano –observa Alberdi- rebajaban al héroe a su nivel. Haciendo hincapié en sus defectos, para mostrarse ellos “superiores en saber militar, en política, en energía de hombres de Estado”. A posteriori se impuso otra distorsión: la de reducir el papel de Belgrano a una estampa escolar, a la creación de la bandera, minimizando el resto de su obra y de su prédica, e incluso privando de significado real al acto de creación de la enseña independiente, como si todo su mérito hubiera consistido en la brillante idea de hacer coser dos pedazos de trapo.
Cuando vemos, además, que la bandera de Belgrano es utilizada para defender ideas diametralmente opuestas a las que él defendió -cuando, por ejemplo, los ruralistas utilizan la bandera nacional para sus reivindicaciones sectoriales, ignorando cuánto despreciaba Belgrano a quienes hacen prevalecer sus intereses particulares por sobre el interés general de la Nación, o bien cuando una radio capitalina, que se caracteriza por predicar en contra de los derechos humanos diciendo que estos son para defender a los delincuentes, hace marketing en las fechas patrias regalando banderitas a los automovilistas, sin mencionar que el creador de esa bandera fue quien introdujo los derechos humanos en el Río de la Plata-, se comprende la necesidad de refrescar, entonces en qué ha consistido la obra y el pensamiento de este gran hombre, de este verdadero Padre de la Patria, quien, en su modestia, rehusaba ese título que le prodigaban sus admiradores diciendo: “Me contentaría con ser un buen hijo de ella”.
2) El verdadero Manuel Belgrano
Frente a la visión distorsionada de Belgrano, la que lo presenta como un hombre ingenuo, candoroso, bonachón, bienintencionado pero poco eficaz, la visión “descafeinada” de Belgrano como una suerte de promotor de una secesión administrativa de España, hay que erigir el recuerdo del verdadero Belgrano, que no siempre resulta cómodo y digerible para todo el mundo.
Belgrano fue, antes que nada, uno de los principales cuadros revolucionarios de América. Siendo uno de los hombres más ilustrados de su tiempo (el inglés Samuel Haigh recuerda la fama que su cultura y talento superior tenían en el ex virreinato), su compromiso inquebrantable con la causa revolucionaria lo hizo trascender el papel meramente ideológico para convertirse en un cuadro completo y versátil, en la triple faz intelectual, política y militar.
Ya antes de la Revolución, en su actuación desde la Secretaría del Consulado, sus colaboraciones en el Correo de Comercio, el Semanario de Agricultura o el Telégrafo Mercantil, su intervención en los clubes patrióticos y en las conspiraciones independentistas, apareció como uno de los principales ideólogos de la Revolución de Mayo. Producida ésta, debió asumir roles ejecutivos, y sus dotes de organizador sumamente eficaz y pragmático lo convirtieron en un elemento indispensable, al que siempre se recurría en situaciones desesperadas, sin que jamás, en momento alguno, eludiera los sacrificios y peligros que tales llamados del gobierno revolucionario representaban. El mejor ejemplo de ello fue su asunción de la Jefatura del abandonado y desahuciado Ejército del Alto Perú que se relata en mi libro, donde tuvo que aprender en el terreno para “medio desempeñarse”, según sus propias palabras.
Pero quienes pretenden reducir su actuación al frente de fuerzas militares a meros episodios bélicos desconocen que, como general revolucionario, sus funciones tuvieron siempre un marcado carácter político y propagandístico. Fue Belgrano el encargado de difundir los ideales y principios de la Revolución en las provincias interiores, y lo hizo con tal eficacia que regiones enteras, como el Noroeste argentino, quedaron incorporadas al movimiento revolucionario gracias a su casi solitario accionar. Si otras regiones, como Paraguay y el Alto Perú, fueron aisladas de la influencia revolucionara a causa de los contrastes militares, la prédica emancipadora de Belgrano no dejó de dar frutos en esos países, como se manifestaría en sucesos posteriores. Muchos años después de la fallida campaña de Belgrano, los indios del Alto Perú todavía recordaban a Belgrano como uno de sus benefactores.
Belgrano fue un verdadero militante revolucionario. Su modestia y constante disposición a servir en cualquier frente y con cualquier escalafón, desde general al mando hasta “simple soldado con el fusil al hombro” como él mismo solía decir, desde integrante del poder ejecutivo hasta oscuro agente diplomático, así lo demuestran. Su entrega a la causa revolucionaria fue total. A ella sacrificó afectos, felicidad, familia, fortuna, sueldos, salud y finalmente vida. Mucho tiempo antes de su muerte, asistentes, familiares y amigos se empeñaron en convencerlo de pedir licencia militar, sin lograrlo sino cuando la enfermedad estaba tan avanzada que no le era posible tenerse en pie. Ya en su lecho de muerte, sorprendido por sus amigos con una expresión de melancolía y preguntado en qué pensaba, respondió: “En la eternidad adónde voy y en la querida tierra que dejo. Tal vez mis buenos paisanos trabajarán en remediar sus desgracias”. Pues hasta sus últimos pensamientos los dedicó a la causa de la patria que había abrazado en su juventud.
3) Una revolución política, económica y social.
¿Pero qué significa que Belgrano fuera un militante revolucionario? ¿Para qué tipo de Revolución militaba? Una vez más vemos aquí los efectos de la distorsión histórica. Parece que la Revolución de Mayo fuera para muchos un simple acto de secesión administrativa respecto de España, ya que ésta no podía seguir administrando sus colonias por hallarse invadida por Francia. Y una vez más hay que dejar bien establecido el carácter de la Revolución que propugnaban hombres como Belgrano, Moreno, Castelli, San Martín y Monteagudo.
El programa revolucionario de Mayo implicaba una transformación profunda en el terreno político, económico y social. No era solamente reemplazar a un virrey por una junta de notables. Era un levantamiento contra el absolutismo en nombre de los ideales consagrados por la Revolución francesa. Era proclamación de derechos, abolición de todas las formas de despotismo, autogobierno del pueblo, emancipación americana de toda dominación extranjera, eliminación de la esclavitud y la servidumbre, indigenismo, educación popular, destierro de todas de las rémoras coloniales y feudales, liberación del hombre de las tinieblas de la ignorancia y de la explotación. Y Belgrano fue uno de los principales ideólogos de este programa, no sólo por su prédica pública sino también por su elaboración secreta, al punto de atribuírsele una importante participación en el célebre Plan de Operaciones escrito por Moreno.
Lejos de la imagen de bonachón al uso, Belgrano era un hombre de un gran valor personal y una profunda fuerza de convicción. Cuando las circunstancias lo requerían, no conocía vacilaciones ni contemplaciones. Así, no tuvo empacho en disponer manu militari el éxodo forzoso de la población jujeña para privar de recursos al invasor colonial. Porque es preciso recordar, frente a la distorsión histórica, que tal éxodo no fue una decisión voluntaria de los jujeños –que en su mayoría no eran todavía patriotas- sino una imposición revolucionaria de Belgrano, quien amenazó con el fusilamiento a quienes no lo cumplieran. Esta medida “draconiana” fue muy criticada en su tiempo, no sólo por el enemigo que lo tildaba de “bárbaro” sino también por los propios patriotas, entre ellos Rivadavia, que se alarmó ante este modo de “violentar” a los vecinos. Pero Belgrano no lo hizo por autoritarismo sino por una impostergable necesidad revolucionaria. El mismo coraje y decisión los manifestó al rebelarse contra la orden del gobierno revolucionario de abandonar a su suerte a los pueblos del Norte, cuando decide hacer frente al enemigo en San Miguel del Tucumán. Hubo cuatro oficios reiterándole esa orden bajo amenaza de someterlo a los más graves cargos por desobediencia militar, y Belgrano se mantuvo firme de manera heroica frente a todas las presiones y se jugó la cabeza en un momento crucial, salvando a la Revolución con su victoria. Incurrió en gruesos errores militares que lo llevaron a la derrota, como en Ayohuma, cuando contra la opinión de todos sus subalternos se empeñó en librar batalla, pero estos errores siempre fueron por exceso, por el deseo de combatir a favor de la libertad, nunca por defecto, nunca por pusilanimidad o cautela. Recuerda Paz que sus opiniones militares siempre se inclinaban “en el sentido de avanzar sobre el enemigo, de perseguirlo, o, si era él el que avanzaba, de hacer alto y rechazarlo.”
Aunque odiaba el derramamiento de sangre, no escatimó los fusilamientos de traidores y desertores cuando ello era indispensable para la disciplina revolucionaria. Pero su proverbial severidad siempre estaba atenuada por un profundo y melancólico humanitarismo. Era compasivo con los vencidos, rendía honores a los muertos de ambos bandos y se burlaba con su amigo Chiclana de las críticas recibidas después de la victoria de Salta por haber liberado a los prisioneros realistas y “no haberlos hecho degollar a todos”.
El verdadero Manuel Belgrano no era sólo el que defendía la libertad de comercio frente a la aberración monopolista de Cádiz y Lima sino también quien repartía tierras a los indígenas esclavizados en el Alto Perú, quien denunciaba que la política de España en América había consistido en “reducir a los hombres a la condición de bestias” y quien se mostraba inflexible frente a las oligarquías locales proclamando: “que no se diga más que los ricos devoran a los pobres y que la Justicia existe solamente para aquellos”.
4)”Libertad” era para Belgrano democracia y derechos humanos
Cuando el 27 de febrero de 1812 Belgrano enarbola por primera vez la Bandera Nacional lo hace con la finalidad de forzar, mediante el hecho consumado, la adopción de una política claramente independentista, ya que no estaba de acuerdo con la actitud pusilánime del Primer Triunvirato que seguía fingiendo actuar en nombre de Fernando VII, y lo exhortó mediante oficio a retirar el estandarte real del Fuerte de Buenos Aires. En dicha oportunidad inaugura dos baterías de defensa sobre el Paraná y las bautiza con los nombres simbólicos de “Libertad” e “Independencia”. Estas dos palabras se repetirán una y otra vez en su vida, y serán de alguna manera los objetivos a que consagrará sus esfuerzos.
Ahora bien: qué significaban estas dos palabras para Belgrano. Esto nos ayudará a comprender mejor su legado y la actualidad de su pensamiento.
Libertad, en el lenguaje de la época, era la antítesis de despotismo. Hablar de “Libertad” equivalía a hablar de derechos civiles y políticos, poderes limitados por una Constitución, soberanía del pueblo, John Locke y Juan Jacobo Rousseau, educación y ciudadanía. Libertad era, pues, democracia y derechos humanos.
No por casualidad Belgrano y Moreno fueron los introductores de los derechos humanos en el Río de la Plata. Moreno es el traductor y editor del Contrato Social de Rousseau, en cuyo prefacio sienta la famosa máxima “si los pueblos no se ilustran, si no se vulgarizan sus derechos...”. San Martín, Alvear y Monteagudo dirigen desde la Logia Lautaro el rumbo político de la Asamblea del Año XIII, cuyos miembros tenían la memoria puesta en los debates de la Asamblea y la Convención francesas, logrando que se decrete la libertad de vientres, la abolición de la Inquisición, la quema de los instrumentos de tortura. Belgrano, que había sido el precursor de esta corriente, dedicó su juventud a promover la vigencia de los derechos, pues, como recuerda en sus memorias, el espectáculo de la Revolución Francesa lo había impresionado de tal modo que “veía tiranos dondequiera que los hombres no gozaran de unos derechos que Dios y la Naturaleza les habían concedido”, y hasta el final de sus días conservó una gran admiración por Jorge Washington, el padre de la Independencia norteamericana, cuya Declaración de 1776 había proclamado que los hombres “nacen libres e iguales”, que tienen derechos preexistentes a los gobiernos, y que cuando los gobiernos no los respetan los pueblos pueden destituirlos y gobernarse como mejor les plazca. Era tal su admiración por Washington que tradujo su famosa Despedida entre batalla y batalla y la mandó publicar por la Imprenta de los Niños Expósitos como una forma de contribuir a ilustrar a sus compatriotas.
Belgrano, lo mismo que los otros jefes revolucionarios, era un defensor acérrimo de los derechos del hombre, un heredero de la tradición revolucionaria del siglo XVIII, y precursor de la educación popular, de la ilustración de las mujeres y de los derechos de los indios. Para las escuelas fundadas por él prescribió que se debía enseñar a los alumnos “los primeros rudimentos de los derechos y obligaciones de los hombres en sociedad”.
He aquí una manifestación de la actualidad del pensamiento de Belgrano. Sería bueno recordar a quienes hoy predican en contra de los derechos humanos, sosteniendo que los mismos son “para defender a los delincuentes”, que esa concepción represiva y autoritaria está en contra de los Padres de la Patria: en contra de Belgrano, de San Martín, de Moreno, de Castelli.
Belgrano comprendía que la libertad (es decir, los derechos del hombre) era la piedra de toque de la Revolución, ya que no se trataba de reemplazar un despotismo por otro, sino de liberar y dignificar a los pueblos americanos.
Como jefe militar, su humanitarismo y respeto a la vida fueron también ejemplares. Su ejército, como el de San Martín, era de liberación de pueblos y no de conquista. Por ello es que fue especialmente cuidadoso y severo en reprimir todo tipo de abusos y delitos de las tropas a su mando contra los pueblos que liberaba, prohibiendo las requisiciones y tropelías. Erradicó la barbarie, proscribió el duelo, el degüello, el saqueo, y respetó la dignidad de los prisioneros y de los muertos de ambos bandos, en contraste con la salvaje conducta de los ejércitos coloniales. Nunca hubo tropas de comportamiento tan correcto como las de Belgrano, y así fueron recordadas por décadas cuando sobrevinieron los furores de la guerra civil.
Pese a ser la mayor autoridad existente en vastos territorios, jamás interfirió con las preferencias del pueblo al elegir sus candidatos para las asambleas y congresos. “Me importa lo mismo Juan que Pedro”, solía decir, y hasta se abstenía de estar presente en las elecciones para que no se dijera que intentaba influirlas aún con gestos: a tal punto llegaba su respeto a las decisiones populares.
5) “Independencia” era para Belgrano emancipación del coloniaje y unión continental:
La otra palabra, Independencia, significaba para él emancipación del coloniaje, es decir, autogobierno de los pueblos americanos, libres de toda opresión extranjera. Cuando el brigadier general Crauwford, prisionero en Buenos Aires, intentó sondear su ánimo contra España sugiriendo el apoyo de Su Majestad británica al movimiento independentista él replicó: “Queremos al amo viejo o a ninguno”. Expresión irónica con la que le dio entender que, aun cuando estuvieran en desacuerdo con el Rey de España no por eso los patriotas se iban a vender a Inglaterra. Independencia no era independencia de Buenos Aires.
En esto se distinguía claramente de otros cuadros dirigentes de la burguesía comercial porteña. Su visión era americanista: quería la independencia de toda la América hispana y cuando se refería a la Patria, aludía a toda la América y no sólo a Buenos Aires, ni siquiera al ex Virreinato del Río de la Plata. Su campaña del Alto Perú no tenía como objetivo solamente rechazar al invasor colonial sino llegar hasta Lima, centro del poder contrarrevolucionario. Como Monteagudo, como San Martín, como Bolívar, soñaba con una Hispanoamérica independiente y unida.
Se enfrentó a los dirigentes de Buenos Aires del estilo de Rivadavia, cuando éstos intentaban defender la Revolución solamente en la capital y abandonar a las provincias. También se enfrentó a la inteligentzia porteña al erigirse en campeón de los altoperuanos, despectivamente denominados los “cuicos”.
En el Congreso del Tucumán abogó con su prestigio frente a los diputados para forzar una Declaración de Independencia que los más cobardes se resistían a suscribir. En esto, como en tantas cosas, su pensamiento concordaba totalmente con el de San Martín.
Su idea de la “monarquía incaica”, monarquía constitucional con un Inca a la cabeza, tenía varios objetivos: por un lado, adaptarse a la corriente legitimista de Europa que utilizaba su odio al republicanismo como excusa para auxiliar a España en la reconquista de América; por otro, conquistar la adhesión de los indígenas del Perú y el Alto Perú, que seguían siendo devotos del recuerdo del Inca. Pero en Buenos Aires la mentalidad racista lo ridiculizó señalando que pretendía poner en el trono a un “indio de patas sucias”.
Esta reivindicación del Inca se vincula con su constante defensa de lo americano autóctono y de los aborígenes. En las Misiones ya había dictado un reglamento reconociendo los derechos de los indios. En el Alto Perú mantuvo la política iniciada por Castelli, quien había proclamado la emancipación de las razas indígenas junto al lago Titicaca honrando el recuerdo de TupacAmarú, y la profundizó incorporándolos a sus fuerzas y dictando medidas para garantizar a los indios la propiedad de sus tierras ancestrales.
Su defensa de los aborígenes formaba parte, por un lado, de su doctrina de los derechos humanos y por otro lado de su reivindicación de lo “americano”.
En las escuelas por él fundadas, sostenía que debía enseñarse a los alumnos “un espíritu nacional” que les haga preferir “el bien público al privado y estimar en más la calidad de Americano que la de Extranjero”. Como se advierte, no hablaba de argentino, porteño o rioplatense: hablaba de americano.
Aquí vemos otras nuevas manifestaciones de la actualidad de su pensamiento. El problema de la explotación, discriminación y sometimiento de los aborígenes es una deuda de las naciones americanas. El pueblo de Bolivia lucha hoy encarnizadamente para sostener el primer gobernante indígena después de quinientos años de dominación, agredido por la alianza de los blancos ricos de Santa Cruz de la Sierra y la embajada de Estados Unidos. ¿Cabe alguna duda de qué lado estaría Belgrano en esa confrontación?
En la disputa de modelos entre aquellos que sostienen la necesidad de integrar a los pueblos latinoamericanos en un espacio común en defensa de sus intereses, llámese MERCOSUR, Unión Sudamericana o el nombre que se desee, y aquellos que pretende la atomización de esos mismos pueblos para someterlos a nuevas formas de coloniaje, a las “relaciones carnales” y a la explotación por los países del Primer Mundo, y sobre todo a la obediencia hacia la gran potencia hemisférica que nos mira como su “patio trasero”, tampoco puede caber duda de cuál habría sido la posición de Belgrano, defensor acérrimo de la identidad americana y la unión y hermandad de nuestros pueblos.
6) La defensa de lo nacional era para Belgrano defensa del interés general por encima de los intereses sectoriales:
Como defensor del desarrollo económico que fue, muchos presentan falazmente a Belgrano como un campeón de la libre empresa. Lo cierto es que para Belgrano la actividad económica debía estar subordinada al bien común, y al servicio de éste.
No se trataba de que algunos se enriqueciera, sino de que todo el país prosperara: hacia eso tienden sus escritos del Consulado y sus colaboraciones periodísticas.
Belgrano despreciaba y censuraba a quienes anteponían su interés particular o sectorial al interés general. A pesar de que su padre se había enriquecido gracias al sistema del monopolio, se opuso a este sistema que beneficiaba a unos pocos en perjuicio del resto de la sociedad. Despotricó contra los miembros del Consulado, “comerciantes españoles que sólo saben comprar por cuatro para vender por ocho con toda seguridad”. Sacó corriendo a los comerciantes de Jujuy cuando le fueron con el argumento de que el éxodo afectaba a sus negocios, y amenazó con fusilar a los que no acataran la orden de retirada. En cartas privadas se queja de que los americanos no hubiéramos adquirido aún “ese vuelo” que nos predispone a sacrificar en aras de la libertad a las efímeras comodidades de una vida “por lo demás muy llena de vicios”. En esto también coincide con San Martín y su famosa máxima: “seamos libres que lo demás no importa nada”.
Son muchas las frases en que esta idea se manifiesta. En las previsiones para sus escuelas prescribe que los alumnos aprendan a preferir “el bien público al privado”. En diversas cartas y oficios refiere cómo debió posponer su interés particular al bien superior de la Patria. Y su conducta así lo demostró
De la misma manera, sostuvo que los intereses locales debían subordinarse al interés general. No apoyó a Buenos Aires, de dónde provenía, en su actitud desdeñosa y despótica respecto de los pueblos del interior. Y tampoco simpatizó jamás con los caudillos y oligarquías lugareños, que anteponían sus quejas y disconformidad a la lucha común por la emancipación. Su desprecio y animadversión hacia Artigas, a quien tachaba de “agente pagado al servicio de España”, pueden resultar injustos, pero demuestran hasta qué punto creía él que primero debía trabajarse por derrotar al enemigo colonial de América y sólo después discutir sobre las formas organizativas internas.
Una vez más, en esta particular coyuntura en que las pujas sectoriales por la distribución de las riquezas llevan a postergar el bien común a las conveniencias de los bolsillos de unos pocos, y éstos se arrogan el derecho de tomar de rehén al resto de la población mediante el desabastecimiento y la inutilización de alimentos, no cabe duda de cuál habría sido la posición de Belgrano.
7) Pragmatismo revolucionario:
Para ciertos sectores ideológicos, sólo se saca chapa de “revolucionario” cuando se es sanguinario, carnicero, dogmático o intolerante. Andrés Rivera, intelectual comunista, autor de una muy buena novela, “La revolución es un sueño eterno”, ha exaltado la figura de Castelli como el gran revolucionario argentino, aún despecho del error de Castelli de haber tolerado, cuando no promovido, la irreligiosidad en pueblos que abrazaban fervorosamente el catolicismo. Belgrano, por el contrario, fue un revolucionario práctico. Comprendió que tales actos sólo servían para espantar a los crédulos y que el enemigo pudiera tachar a los revolucionarios de herejes. De allí que desde un comienzo de su campaña en el Norte tomó como política el respeto a la religión y las creencias populares, nombró a la Virgen del Rosario capitana del Ejército, prohibió los actos de irreligiosidad y recomendó a San Martín no ofender a las gentes piadosas e imitar al gran Julio Cesar que invocaba en sus rogativas a los dioses inmortales.
Su pragmatismo revolucionario implicaba la búsqueda de un camino americano, y en esto también se diferenciaba de la inteligentzia porteña que vivía mirando a Europa y pretendía, como Rivadavia, aplicar a rajatabla las “fórmulas” elaboradas por Bentham por cualquier otro gurú extranjero. Y en esto cabe evocar una reflexión de José Martí, para quien la disyuntiva americana no era entre civilización y barbarie sino “entre falsa erudición y naturaleza”: “el libre importado fue vencido en América por el hombre natural”
Belgrano, con acierto o sin él, siempre buscó caminos políticos adecuados a la idiosincrasia de los pueblos, sin pretender implantar modelos dogmáticos. Heredero de la tradición revolucionaria del siglo XVIII, comprendió que la misma, al trasladarse a la América hispana, debía tomar en cuenta las tradiciones y el carácter de sus habitantes.
8) Fe revolucionaria
Hacia el final de su vida estaba desengañado respecto de las posibilidades reales de alcanzar las metas buscadas, no sólo por las dificultades exteriores sino también por falta de suficiente espíritu cívico. “¡Educación, educación! –clamaba- sin ella nunca seremos nada” A Samuel Haigh le comentó con tristeza, a comienzos de una guerra civil que se expandía: “¿Qué se puede esperar de nosotros? Somos hijos de españoles, y no mejores que éstos”. Son varios los testimonios de este desaliento postrero del gran revolucionario, que veía desmoronarse sus ilusiones en la tormenta de la guerra civil, y ser reemplazada su bandera por estandartes localistas levantados por mandones y tiranuelos de provincia. Cuando entró en agonía, el país estaba al borde de la disolución, y el día de su muerte hubo tres gobernadores en Buenos Aires. Y sin embargo, incluso en esas horas aciagas, y a pesar de ese creciente desengaño, hasta último momento mantuvo la fe revolucionaria en la suerte de la Patria: “Tal vez mis buenos paisanos trabajarán en remediar sus desgracias”.
A evocar hoy la figura de Belgrano, este héroe tan puro y tan injustamente despreciado, deberíamos quizás hacer un examen de conciencia, ¿Seremos nosotros esos “buenos paisanos” en los que Belgrano depositaba sus últimas esperanzas? ¿Estaremos a la altura del legado belgraniano?
Lomas de Zamora, 14 de junio de 2008.-