El 20 de febrero de 1813 se enfrentaron las tropas patriotas al mando del Gral. Belgrano y las realistas comandadas por el Gral. Tristán. En ambos bandos había españoles y americanos.
En la batalla de Salta se desplegó por primera vez en combate la bandera celeste y blanca creada por Belgrano, “la cual según su profético deseo de hacía un año, estaba reservada para aparecer cubriendo las tropas de la independencia el día de la gran victoria”.
La participación de las mujeres, como siempre en Salta, fue fundamental para obtener la victoria de las armas patriotas. Esta consistió en:
a) la participación directa en el combate, como Martina Silva de Gurruchaga, “que aquella mañana montaron a caballo, y que apoyándose en la pequeña fuerza que había preparado, recorrieron la tierra que quedaba a espaldas de aquellas lomas, que eran muy pobladas de campesinos agricultores, los recogieron a todos y los arriaron a la batalla”, esta acción fue decisiva para forzar la retirada del Marqués de Yavi (comandaba el ala izquierda del ejército realista), quien ya había rechazado la primer carga de Dorrego.
b) la conquista de la voluntad del enemigo, particularmente del Marqués de Yavi.
Otra anécdota que refleja lo fra ternal de la lucha está referida a la amistad de Belgrano con Tristán, cuenta Frías que: “Al fin, tocóle el turno de rendirse al general del rey. Tristán apeóse del caballo y avanzó hacia Belgrano para entregar la espada, cuando éste, conmovido con el inmenso infortunio en que padecía el que en España había sido su condiscípulo y más íntimo amigo – como que eran dos que habían vivido en Madrid bajo un mismo techo y alimentado común amor por la misma odalisca – no le sufrió más el corazón tratarlo con tanta dureza: tendió los brazos a Tristán y lo estrechó contra su corazón......”.
Rendición de Tristán
Frías destaca que lo más duro de la batalla se libró en el ala derecha realista ocupada por el Real de Lima, formado exclusivamente por españoles al cual Belgrano enfrentó con el Regimiento Nº 1, “su preferido, cuyos oficiales y tropas, todos porteños, se hicieron notables aquel día portándose con una bravura y una bizarría no menor que la del enemigo y pereciendo gran parte de ellos.”
Para terminar, “...la asamblea decretó se le entregara a Belgrano cuarenta mil pesos del tesoro público, en premio a sus servicios, los que el noble y desinteresado campeón de la revolución, en su grande pureza, aceptó, mas no para sí, sino para establecer con ellos escuelas públicas de primeras letras en las ciudades de Tarija, de Jujuy, de Tucumán y de Santiago del Estero...”