Civilización y barbarie. Por José Pablo Feinmann
Corre el año 1935. En la Universidad de Friburgo, en Alemania, en una Alemania ya absolutamente sometida al poder de Hitler y el nacionalsocialismo, el filósofo Martin Heidegger dicta, en verano, un curso de Introducción a la metafísica. En uno de sus más notables pasajes –sus pasajes notables son muchos, ya que se trata de un texto fundamental– se consagra a describir la situación presente de Europa. Europa, dice, se encuentra en "atroz ceguera", se encuentra "a punto de apuñalarse a sí misma". La descripción que hace Heidegger de esa Europa de mediados de la década del treinta se aplica en gran medida a lo que se entiende hoy por posmodernidad histórica. Me permitiré citar un texto excepcional. Es el que sigue: "Cuando el más apartado rincón del globo haya sido técnicamente conquistado y económicamente explotado; cuando un suceso cualquiera sea rápidamente accesible en un lugar cualquiera y en un tiempo cualquiera; cuando se puedan 'experimentar', simultáneamente, el atentado a un rey en Francia, y un concierto sinfónico en Tokio; cuando el tiempo sólo sea rapidez, instantaneidad y simultaneidad, mientras que lo temporal, entendido como acontecer histórico, haya desaparecido de la existencia de todos los pueblos; cuando el boxeador rija como el gran hombre de una nación; cuando en número de millones triunfen las masas reunidas en asambleas populares, entonces, justamente, entonces, volverán a atravesar todo este aquelarre, como fantasmas, las preguntas: ¿para qué? - ¿hacia dónde? - ¿y después qué? (Introducción a la Metafísica, Cap. I). Así, Heidegger, en 1935, vaticina la recorrida de un nuevo fantasma por Europa: el fantasma de las preguntas fundamentales. Es notable su descripción –siempre cara a los alemanes– de esta decadencia de Occidente.
Su idea acerca del tiempo transformado en rapidez es una de las más perfectas conceptualizaciones de nuestro presente histórico. Es cierto que nada tiene que ver con nuestra actualidad esa visión de "las masas reunidas en asambleas populares". Asoma, aquí, el anticomunismo de Heidegger, su desdén por la masa. Pero hay otras cosas que asoman en el texto. Preguntemos: ¿qué papel tiene Alemania en ese mundo entregado a la "decadencia espiritual"? Dice Heidegger: "Todo esto trae aparejado el hecho de que esta nación, en tanto histórica, se ponga a sí misma, y, al mismo tiempo, ubique al acontecer histórico de Occidente a partir del centro de su acontecer futuro, es decir, en el dominio originario de las potencias del ser". Sí, el lenguaje es abstruso, desmesurado. Pero Heidegger sabe exactamente qué está diciendo: dice que Alemania debe ubicarse en el centro, y a partir de ahí desarrollar lo que más adelante denomina misión histórica. Lo escribe así: "La misión histórica de nuestro pueblo, que se halla en el centro de Occidente". Detrás de estas líneas late el genocidio. Cuando un pueblo se adjudica una misión histórica, cuando esa misión consiste en rescatar a los otros pueblos de su decadencia espiritual y remitirlos a un centro originario y puro que él, ese pueblo, representa, aquí, exactamente aquí, se abre el horizonte conceptual del genocidio.
Civilización y barbarie no fueron conceptos que Heidegger utilizara. Sin embargo, es transparente que en su filosofar Alemania representa la potencia espiritual (que es, siempre, la civilización) y los restantes pueblos la decadencia espiritual, es decir, la barbarie. Lo que me importa, sustancialmente, destacar es lo que sigue: una filosofía se transforma en ideología cuando niega toda posibilidad de verdad en el diferente. Los nazis creían encarnar las hondas potencias espirituales de Occidente y creían luchar contra la masificación soviética y contra el uso mercantilista de la técnica encarnado por el capitalismo judío. Eran el centro, eran la posibilidad de la redención. De este modo, tenían derecho a todo. Y muy especialmente: a disponer de las vidas de los otros.
En toda violencia late el esquema civilización-barbarie. A veces se mata en nombre de la barbarie. Se mata lo establecido, lo racional, lo instaurado. La civilización entendida como sacralización del Poder. Aquí, la barbarie se asume como lo distinto, lo nuevo, lo –por usar una palabra que hoy se usa– transgresor. Lo que transgrede el orden monolítico del ser. Lo que es –se dice– siempre es reaccionario, precisamente porque es, porque está consolidado, porque ha devenido una cosa y ha perdido su vigor, su insolencia histórica. Toda cosificación es reaccionaria, y la civilización es eso: es la cosificación de un Poder constituido al que hay que destruir. Esto permite entender el nihilismo de ciertas violencias y –sobre todo– permitiría comprender (y ya llegaremos a este tema) el terrorismo de fin de milenio: cuando ya no se puede transformar el mundo lo único que resta es destruirlo. Así, el nihilismo de fin de milenio (la explosión en la AMIA, la bomba en el avión de la TWA) expresa una violencia que se asume desde la barbarie: la civilización –dice– es una cosificación intransformable; la civilización es este mundo del capitalismo mediático que no ofrece intersticios; que no ofrece penetrabilidad alguna para su transformación desde adentro. Sólo resta, entonces, en nombre de valores absolutamente opuestos que jamás este sistema podría incorporar, destruirlo desde afuera. Se destruye lo que es en nombre de lo que no es; de lo que, incluso, no sabe qué es salvo que es la destrucción, la negación absoluta. La barbarie.
La civilización ejerce la violencia en nombre de valores que se proponen como constructivos. La violencia de la civilización no se piensa a sí misma como nihilista. Siempre está por construir un mundo. Y la construcción de ese mundo implica el aniquilamiento de los diferentes.
Nadie utilizó la violencia civilizadora con más pasión y lucidez que Sarmiento. Porque Sarmiento no sólo hizo matar a Angel Vicente Peñaloza, el Chacho, sino que, asimismo, ofreció la más compleja, prolija y, por decirlo así, obstinada defensa de ese asesinato. Lo hizo en un libro que llamó El Chacho y que, en uno de sus pasajes, dice: "Las 'guerrillas' desde que obran fuera de la protección de gobiernos y ejércitos están fuera de la ley y pueden ser ejecutadas por los jefes en campaña. Los salteadores notorios están fuera de la ley de las naciones y sus cabezas deben ser expuestas en los lugares de sus fechorías". No hay que dudarlo: si uno quiere saber cómo y por qué se mata en nombre de la civilización... hay que leerlo a Sarmiento. Esa tarea nos espera.
Fuente: Página|12